ASÍ ES LA LUCHA, ASÍ ES LA VIDA

Colombia, la falsa democracia que apesta

Por: GABRIEL ANGEL

Sale a la luz pública una declaración judicial del tal don Berna, extraditado por Uribe a los Estados Unidos. En ella se consigna, tal como lo difunden las agencias internacionales, que el hasta hace unos meses Comandante del Ejército de Colombia, general Montoya, por la época Comandante de la Cuarta Brigada del Ejército, pactó con los grupos paramilitares un plan de acción conjunta para la erradicación de la presencia guerrillera en las comunas de Medellín en el año 2002. Da cuenta el tal don Berna de las masacres indiscriminadas practicadas en esa ciudad por sus hombres, aliados y hermanados con los buenos agentes de la Policía Nacional que dirigía en la capital antioqueña el general Gallego, y con las juiciosas tropas subordinadas a las órdenes del general Montoya.



Es el mismo general Montoya a quien Uribe tuvo que sacar a toda prisa del Ejército por cuenta del escándalo de los falsos positivos. El que fue calificado de héroe de la patria y ejemplo para las generaciones futuras por el propio Presidente al aceptarle la renuncia. Resulta imposible evitar la asociación con el caso del general Rito Alejo del Río, investigado y absuelto por las vinculaciones con el paramilitarismo de Urabá, hasta cuando Mancuso lo señaló como el hombre que inculcó a los paramilitares la necesidad de portar uniformes militares y darse aires de organización política. De nuevo sindicado, el general del Río afronta procesos por cuenta de las declaraciones de otros jefes paramilitares que lo vinculan a operaciones conjuntas de exterminio. También él fue declarado héroe nacional por Uribe, quien incluso organizó en su favor un homenaje de desagravio que el país no olvida.



Estos hechos que hasta para un retardado mental indican la catadura moral, los intereses y la verdadera condición del Presidente y el régimen político que lo sustenta, con toda seguridad que contribuirán a aumentar su popularidad en las encuestas. No es extraño que suceda. En días recientes, los medios difundieron con toda amplitud los resultados de un estudio supuestamente muy serio, según el cual la inmensa mayoría de colombianos están completamente de acuerdo con la persecución del ejecutivo a las cortes y aplaudirían sin objeción cualquier medida adoptada por el Presidente para aniquilar definitivamente la fastidiosa oposición legal a su gobierno. Lo que verdaderamente queda claro para quien quiera ver, es que un personaje como Uribe merece toda la confianza de quienes promocionan y difunden los resultados a su favor obtenidos en las pomposas consultas a la opinión pública.



No es la voz del pueblo la que se expresa en las encuestas. Es la voz del imperio y la oligarquía que con el mayor desenfado suplantan la voluntad popular, mediante una manipulación mediática que haría rabiar de envidia a los propagandistas nazis del Tercer Reich. Si hay algo que los grandes medios de comunicación colombianos practican, es la consigna hitleriana de que toda mentira repetida cien veces se convierte en verdad. Llaman por ejemplo democracia, o régimen democrático o instituciones democráticas, al marco constitucional y legal vigente en Colombia. Régimen que si se lo examina en la realidad material y no en el discurso académico, se revela en toda su crudeza como la más perfecta representación del terrorismo de Estado. No es cierto que exista una democracia colombiana. Ni que existan instituciones democráticas por salvar de la arremetida uribista. Dentro de los rigurosos marcos de la legalidad, no hay lugar sino para quienes estén con el régimen y lo defiendan.



No percatarse de esa verdad constituye el más peligroso descuido de los dirigentes de la oposición. Allá cada quien con su táctica de lucha, es una virtud humana concebir toda clase de caminos para avanzar, sin apegarse a uno solo. Mal podríamos condenar a quienes exponen su vida y su libertad por causa de una idea noble. Pero no pueden desconocerse la fiereza y la brutalidad del enemigo al que se enfrenta. Constituye un pecado mortal irreparable dejarse adormecer por sus cantos de sirena. Más que ingenuidad, llama a sospecha ese tipo de pensamiento según el cual, con tal de frenar la reelección de Uribe, vale considerar aliarse hasta con el demonio. No se puede incurrir en el error de creer que el enemigo es Uribe y no la clase o los intereses que él representa. El esfuerzo del movimiento popular debe estar dirigido a fundar una Colombia nueva, a crear y consolidar una democracia verdadera, no a oxigenar ese remedo apestoso de democracia que excluye por completo la voluntad de las mayorías.



Porque es la opinión de las grandes mayorías colombianas la que no cuenta en las decisiones del Estado y del gobierno. Eso hay que sentirlo y decirlo sin miedo. A los colombianos hace mucho tiempo que lograron embutirles en la cabeza que sus intereses son en realidad los de las minorías. Como si las pretendidas mayorías que conducen el Estado no hubieran accedido al poder mediante un paulatino y creciente imperio del terror y la muerte. Como si no estuviera certificado de mil modos distintos, que sus discursos de paz y seguridad están lanzados desde una pila impresionante de cadáveres despedazados por sus motosierras. Como si para llegar allá no hubieran requerido de décadas de desangre de la oposición inerme. De la más repugnante corrupción, de las más tenebrosas alianzas criminales. Es esa farsa lo que llaman democracia en Colombia, país donde las llamadas minorías tienen el sagrado derecho de pensar como los gobernantes so riesgo de morir o podrirse en una cárcel.



Es completamente falso que la nuestra sea una nación de derecha, fascista, ultrareaccionaria. Así es desde luego la clase que se ha hecho al poder y pretende hacerse pasar por las mayorías. La clase que convirtió las fuerzas armadas en su partido político. Cada soldado, cada policía, cada pensionado por el Ministerio de Defensa, cada agente del gobierno tiene la obligación de afiliar a su familia y a sus subordinados a las huestes del régimen. Desde los más humildes barrenderos hasta los más pedantes funcionarios de cada departamento, municipio o institución pública de cualquiera de los niveles de la Administración, deben figurar en las redes de cooperantes del régimen si no quieren quedarse sin el puesto o la cabeza. Cada empresario industrial o agrícola, del sector financiero o el comercio está obligado a movilizar sus trabajadores para atender sin demora los llamados oficiales. Es a eso lo que los grandes medios de comunicación aplauden como la atronadora voz del pueblo colombiano.



Y es eso lo que no puede tragarse ingenuamente la izquierda, convencerse a sí misma de que es una minoría condenada a perder si no se presenta aliada con voceros caracterizados del régimen. Si no juega de manera exclusiva con las reglas impuestas por ellos. ¿Que así es muy difícil la lucha? Si lo sabremos nosotros que salimos de allá esquivando los sicarios. ¿Que en esas condiciones estará eternamente condenada a ser oposición y no gobierno? Es lo que repiten algunos airados. Los que temen perder la bendición tan largamente suplicada al Establecimiento. Los que piensan que lo importante es ascender, aunque sea para lamerle los tacones a los de más arriba. Los que no creen realmente en la fuerza del pueblo, los que perdieron hace mucho su vocación de lucha, los que piadosamente hacen cola para ser absueltos. Los inventores de novísimas teorías.



Teorías como las de que el neoliberalismo ya no existe. Que quienes impusieron la flexibilización laboral, las privatizaciones y la apertura económica hoy día piensan distinto ante el fracaso del modelo. Que hoy son demócratas, mentes progresistas enemigas del fascismo. Invocan como prueba la nacionalización de la banca en Gran Bretaña y algunos otros países europeos, la amenaza de Obama de nacionalizar en los Estados Unidos. Aseguran que la revaloración del papel del Estado es el golpe mortal a las tesis neoliberales. Como si simplemente la banca no se estuviera salvando y refinanciando con los dineros de todos, para luego volver a las manos de sus únicos y avaros propietarios. Como si en lugar de estar dando la mano a los grandes consorcios multinacionales para ayudarlos a sortear la crisis, los Estados tuvieran en curso un plan de salvamento para los millones de obreros y trabajadores.



El afán de reconocimiento por parte de los poderosos mueve a tentaciones infames. Hace olvidar la clase a la que se dice representar y defender. A veces, lo que no consigue lograr el terror con sus métodos ejemplarizantes, lo consigue la ambición con sus raposerías. La claudicación de los principios, la apostasía de los ideales. Eso me hace recordar la reciente captura de un dirigente sindical en un campamento guerrillero. El régimen está de fiesta. Exige humillantes explicaciones a la dirigencia obrera. Advierto que no he visto jamás a esa persona. Que ignoro si realmente será lo que dicen. Lo que no impide que afirme, que si en realidad representa los intereses de los campesinos y trabajadores del agro de este país, el lugar más indicado y digno donde pudiera encontrarse, era precisamente en un campamento de las FARC. Ese sí que no estaba en el lugar equivocado. Pase lo que pase con él. Así es la lucha. Sería impensable, en cambio, que él saliera a pedir todo el peso de la ley para algún compañero suyo sorprendido en las mismas circunstancias. Así es la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

COMENTA... ESPACIO DE BELIGERANXIA